jueves, 27 de octubre de 2016

El profesor

Leí la novela El profesor, del irlandés Frank Mc Court (1930), gracias a una recomendación del escritor y educador Jorge Eslava en un texto periodístico de hace un par de años. Ganador del premio Pulitzer, por su novela autobiográfica Las cenizas de Ángela, Mc Court ingresó a la literatura con dicha novela recién a los 66 años. En el 2005, a los 75 años, publica El profesor, que es un homenaje a su carrera de docente, durante casi treinta años, en institutos (léase colegios) de Nueva York.

Narrada en un estilo ágil y ameno, la novela de Mc Court va cobrando vuelo conforme va avanzando la trama y se va centrando en sus dilemas como docente dentro del aula de clase. A veces hay flashbacks al pasado, a su pobre infancia en Irlanda o sus duros inicios como joven migrante en Nueva York; sin embargo, lo mejores momentos de la novela transcurren en aquellos salones en lo que tiene que lidiar con cientos de adolescentes y debe buscar la manera de entretenerlos y además enseñarles sus cursos: Lengua Inglesa y Creación Literaria. Hay pasajes que resultan conmovedores y muy motivadores (y que  he incluido en posts anteriores) y, como toda carrera profesional, Mc Court nos cuenta sus buenos momentos, pero también aquellos en los que el desánimo y la crisis lo invadieron. Aquellos en que te cuestionas si eres realmente un buen profesor o sientes que de repente te falta el carácter o la pasión necesaria para llegar a los alumnos. Como él dice, tienes que buscar tu propio estilo, tu propia voz, y eso demanda tiempo y esfuerzo. Llama la atención, asimismo, sus poco convencionales estrategias de enseñanza. Por ejemplo, aquella en que los estudiantes, del curso de Lengua Inglesa, analizaron y leyeron recetas de comida y las acompañaron con melodías.

Mc Court no es un eximio escritor, pero hay que reconocer su manera ágil de narrar y su brillante uso de las elipsis. El valor de esta novela, El profesor, se basa sobre todo en su gran valor testimonial y motivador: un profesor anónimo, como muchos otros, que batalla a diario con miles de adolescentes, y que comparte sus pequeños triunfos y fracasos, sus convicciones y temores, en esta sacrificada y apasionante labor de la enseñanza. Recomendable. 


   

Diario de un profesor (38)

Extracto de la novela El profesor, de Frank Mc Court

"Una joven profesora suplente se sentó a mi lado en el comedor de profesores. Iba a emprender su carrera profesional como fija en setiembre, y me preguntó si podía darle algún consejo.
   -Descubre qué es lo que te gusta, y céntrate en ello. A eso se reduce todo. Reconozco que no siempre me gustó enseñar. Estaba perdido. En el aula estás solo, un hombre o mujer ante cinco clases todos los días, cinco clases de adolescentes. Una unidad de energía contra ciento setenta y cinco unidades de energía, contra ciento setenta y cinco bombas de relojería, y tienes que buscarte modos de salvar la vida. Puede que te aprecien, incluso que te quieran, pero son jóvenes, y los jóvenes tienen el deber de expulsar de expulsar del planeta a los viejos. Sé que estoy exagerando, pero es como cuando sube un boxeador al ring o como cuando sale un torero al ruedo. Pueden dejarte k.o. o darte una cornada, y allí acabará tu carrera profesional en la enseñanza. Pero si aguantas, aprendes los trucos. Es difícil, pero tienes que ponerte cómodo en el aula. Tienes que ser egoísta. Las líneas aéreas te dicen que, si falta el oxígeno, lo primero que debes hacer es ponerte tu mascarilla, aunque tu instinto te mueva a salvar primero al niño
   El aula es un lugar de gran dramatismo. Nunca sabes lo que has hecho para o por los centenares de alumnos que llegan y se van. Los ves salir del aula: soñadores, apagados, burlones, con admiración, sonrientes, desconcertados. Al cabo de unos años desarrollas unas antenas. Te das cuenta de si le has llegado o si los has hecho apartarse de ti. Es una química. Es psicología. Es instinto animal. Estás con los chicos y , mientras quieras ser profesor, no tienes escapatoria. No esperes ayuda de los que han huido del aula, de los de arriba. Están demasiado ocupados yendo a almorzar y absortos en pensamientos elevados. Estás solo con los chicos. Bien, suena ya el timbre. Nos vemos más tarde. Descubre qué es lo que te gusta, y céntrate en ello".

sábado, 22 de octubre de 2016

Diario de un profesor (37)

Fragmento de la novela El profesor, de Frank Mc Court

"Todos los días me llevaba a casa libros y trabajos en una cartera marrón de imitación cuero. Tenía la intención de instalarme cómodamente en un sillón y leer los trabajos, pero después de una jornada de cinco clases y ciento setenta y cinco adolescentes, no sentía grandes deseos de prolongarla con sus deberes. Aquello podía esperar, maldita sea. Me había ganado un vaso de vino o una taza de té. Ya leería los trabajos más tarde. Sí, una buena taza de té y leer el periódico o darme un paseo por el barrio, o pasar un rato con mi hija pequeña, que me contaba cómo le iba en la escuela y las cosas que hacía con su amiga Claire. Además, estaba obligado a hojear un periódico para estar al día con lo que pasaba en el mundo. Un profesor de Lengua Inglesa debía saber lo que pasaba. Nunca sabías cuándo un alumno tuyo podía plantear alguna cuestión relacionada con la política internacional o con una obra de teatro off-Broadway estrenada hacía poco. No querías encontrarte allí, delante del aula, moviendo la boca sin que saliera nada.
   Esa es la vida del profesor de Lengua Inglesa de instituto".

miércoles, 19 de octubre de 2016

Diario de un profesor (36)

A veces, escucho a colegas docentes decir: "Me encanta enseñar". Otros, señalan: "Enseñar me relaja". No puedo evitar sonreír para mis adentros cuando escucho aquellas frases. Personalmente, a mi enseñar me cuesta mucho, sufro en el proceso, y si disfruto, es una vez culminada la clase y tras saber que lo hice bien. Con esto no quiero decir que no me gusta enseñar (sí me gusta), pero me cuesta horrores. Recuerdo que en el colegio, cuando participábamos en las olimpiadas deportivas internas, me llenaba de nervios cuando tenía que competir en atletismo, en las carreras de 400 metros y maratón. Era el segundo mejor de mi salón y, por esa obligación de hacerlo bien y ganar, me ponía súper nervioso (cosa que no me sucedía con otros deportes). Lo que quiero decir con esto, es que mis nervios y mi sufrimiento tienen su origen en el miedo a no hacer las cosas bien, a no estar a la altura de las circunstancias, más si se trata de algo que me apasiona, me gusta y me importa. Volviendo a la comparación con el atletismo, una vez, en segundo de media, perdí una carrera (una maratón), a pesar de que me entrené como nunca antes, por mis excesivos nervios. No los pude controlar. Sin embargo, esa derrota me sirvió de mucho. Porque aprendí a perder, comencé a controlar mejor mi ansiedad y mis nervios (como todo deportista  y ser humano) y los tres años siguientes gané la maratón de mi colegio casi disfrutándolo. Espero replicar eso en la enseñanza algún día. Hay que seguir perseverando.

domingo, 16 de octubre de 2016

Diario de un profesor (35)

Fragmento de la novela El profesor, de Frank Mc Court
"También los profesores aprenden. Después de pasar años en el aula, después de encontrarse cara a cara con miles de adolescentes , tienen un sexto sentido respecto a todos los que entran en el aula. Ven las miradas de reojo. Les basta con olisquear el aire de una clase nueva para saber si es un grupo inaguantable o si es un grupo con el que podrán trabajar. Ven a los chicos reservados a los que hay que animar a intervenir y a los bocazas a los que hay que hacer callar. Por la manera de estar sentado un chico, saben si éste va a colaborar o si va a ser inaguantable. Cuando el alumno se sienta erguido, con las manos juntas ante sí sobre el pupitre, mira al profesor y sonríe, es buena señal. Si está repantigado, si saca las piernas al pasillo entre los pupitres, si mira por la ventana, al techo o por encima de la cabeza del profesor, es mala señal. Prepárate para tener problemas con él.
   En todas las clases hay uno que es como una plaga enviada al mundo para ponerte a prueba. Suele sentarse en la última fila, donde puede inclinar la silla contra la pared..."

martes, 11 de octubre de 2016

Diario de un profesor (34)

Fragmento de la la novela El profesor, de Frank McCourt (2005)
"Toda clase tiene su química. Hay clases que se disfrutan y se esperan con interés. Ellos saben que los aprecias y, a cambio, te aprecian a ti. A veces te dicen que la lección ha estado muy bien, y tú te sientes el rey del mundo. Esas cosas, de alguna manera, te dan energía y ganas de pasarte el camino de vuelta a casa cantando.
   Hay otras clases que te gustaría que [los alumnos] se subieran al transbordador de Manhattan y no volvieran jamás. En su manera de entrar y salir del aula hay un algo de hostilidad que te da a entender lo que piensan de ti. Pueden ser imaginaciones tuyas, e intentas  encontrar la manera de ganártelos. Pruebas a impartirles lecciones que dieron resultado con otras clases, pero ni siquiera eso sirve, y todo por esa química.
   Saben cuándo te tienen asustado. Tienen instinto para detectar tus desilusiones. Había días en que me daban ganas de quedarme sentado a mi mesa y dejarles hacer lo que quisieran. Sencillamente, no era capaz de llegar a ellos. En 1962, tras cuatro años en el oficio, aquello ya no me importaba..."

sábado, 8 de octubre de 2016

Diario de un profesor (33)

En el último mes y medio, con el fin de controlar mejor mis nervios y mejorar como profesor (siento que me he convertido o me estoy convirtiendo en un docente acartonado, formal, solemne, aburrido), he llevado talleres de clown y de narración oral. A pesar que tuve un incoveniente con el docente del primer taller, aprendí algunas cosas interesantes. El clown es como un taller de aprender a fracasar, de reirte de tus torpezas y miedos, de desnudarte frente a la gente y hacer el ridículo. El problema es que, al estar totalmente "desnudo" frente al público, te encuentras en un estado tal de vulneralidad que me resulta complicado. Eso de desnudarte abruptamente, sin un previo proceso, puede ser, en vez de liberador o catártico, un proceso de sufrimiento, pues ahondas en tus miedos y debilidades, en vez de apuntalar tus fortalezas. Y si no estás guiado por la persona correcta, el clown en vez de ser liberador puede resultar contraproducente.

Más allá de eso, ambos talleres me han servido y pienso seguir llevando talleres de este tipo -la impro, el stand up comedy, el canto, la expresión oral, el teatro, la oratoria, el dibujo, etc., pueden ser otras alternativas- que me permitan llegar mejor a mis alumnos, y así  transladar ese aspecto lúdico -que solo tiene el arte- a las aulas de clase. Y de esta manera, ir renovando mis clases y mi vocación.