martes, 30 de enero de 2024

Diario de un profesor (88)

En este último ciclo, a diferencia de anteriores, me sentí más seguro de mí mismo, más afiatado o cuajado como docente universitario. Antes entraba con temor al aula, con nervios, incluso recuerdo que hubo ocasiones en que tartamudeaba o se me iba la voz. Sin embargo, en el ciclo que acaba de pasar, casi no tuve ese problema. Es cierto que había ciertos temores de no hacer una buena clase, pero cuando iniciaba la explicación se me iban automáticamente los nervios y mis energías se centraban básicamente en atrapar el interés de los alumnos y tenerlos trabajando. Más aún, ni bien entraba a clase, tomaba asistencia (antes eso lo dejaba para después) e iba llamando uno a uno, calmadamente, y los observaba detenidamente para saber su estado de ánimo e ir aprendiendo sus nombres. 

Finalmente, debo indicar que lo anterior no quiere decir que el ciclo estuvo exento de problemas, sino que, en todo caso, mis nervios y ansiedad no me consumieron o preocuparon (o traicionaron) como en mis inicios. 

Eso no quita que sentir un poco de nervios siempre es bueno, porque quiere decir que algo nos importa. 

lunes, 15 de enero de 2024

Diario de un profesor (87)

Ingreso a clase y, mientras voy marcando mi asistencia en el sistema de la computadora, una alumna se me acerca. Tiene unos 18 años, es delgada y simpática. Es una estudiante educada y le cuesta el curso. De pronto, e inesperadamente, me dice: "Profesor, ¿me puede dar un abrazo?". Yo quedo perplejo un segundo, no sé cómo actuar en una circunstancia así; veo, a unos metros, en los pupitres, a sus compañeros, algunos de los cuales observan la escena. Luego, ella agrega en tono apesadumbrado: "¡Hoy he terminado con mi enamorado!". En ese momento, las dudas se me despejan y le respondo: "Por supuesto", accediendo a su pedido. Le doy un abrazo paternal. Después, la miro a los ojos y le digo, rememorando mi pasado: "Todos hemos pasado por eso [por una decepción amorosa]. La primera vez es una tragedia; la segunda también; pero después lo sobrellevas mejor. ¡Ánimo!". Y ella me mira más tranquila, me agradece mis palabras y se retira a su carpeta. Luego, prosigo con la clase, y recuerdo fugazmente, cuando a los 20 años, una compañera de mi facultad, me rompió el corazón por segunda vez, y yo estuve hecho jirones por meses.



 

jueves, 11 de enero de 2024

La conjura contra América

En estos meses de sequía, por motivos laborales y pereza, no pude comentar los libros que leí en estos meses. Solo pude leer dos libros entre agosto y diciembre del año pasado. La conjura contra América, del estadounidense Philip Roth, y La familia de Pascual Duarte, del español y premio Nobel de Literatura Camilo José Cela.

Esta novela de Roth (1933-2018) publicada en el 2004 es una obra maestra y el mejor libro que he leído del autor estadounidense de origen judío. Aquí, al igual que en sus otras novelas como Pastoral americana y La mancha humana, realiza un gran fresco de la rica y compleja sociedad norteamericana. Aquí también su protagonista es un judío-americano, en este caso, el álter ego niño del autor. La conjura contra América es una novela histórica pero que se vuelve ficción al modificar los hechos de la realidad. Aquí la historia se vuelve ficticia cuando, en plena segunda guerra mundial, Roth imagina que en vez de que Franklin Roosevelt asuma su tercer mandato como presidente de Estados Unidos en 1940, es derrotado en las elecciones por Charles Lindbergh, un héroe de la aviación americana que simpatiza con el nazismo. A partir de esa situación hipotética, Roth organiza la sólida armazón de su novela para fabular qué hubiera pasado en Estados Unidos si Lindbergh, que tenía ideas antisemitas y creía en la supremacía de ciertas razas, hubiese sido presidente en plena segunda guerra mundial. Sin duda, una notable y potente novela que confirma el gran talento de este escritor que murió sin ganar el premio Nobel de Literatura.

 


El autor que sí ganó el premio Nobel, en 1989, fue el escritor español Camilo José Cela. Precisamente, además de su novela La colmena (para los críticos, la mejor), La familia de Pascual Duarte está entre sus mejores libros. Sin embargo, luego de leer esta, que fue publicada en 1942, pienso que es un libro menor o que ha envejecido con el paso de los años. De acuerdo a la crítica, con este libro inauguró una corriente llamada "tremendismo" por la violencia de las acciones de su protagonista, Pascual Duarte, un hombre humilde y primitivo con un destino marcado por la fatalidad, que es condenado a la cárcel por asesinatos que comete llevado por su impulsividad. Además, esta novela refleja una España sumida en una gran crisis y pobreza, ya que sus personajes viven casi en la indigencia. Finalmente, y aunque al inicio se muestra una serie de cartas que muestran un juego metaliterario respecto al narrador de la obra, eso no basta para calificar a la novela de buena, pese a momentos de humor en medio del drama.





 

Diario de un profesor (86)

 El ciclo universitario que culminó hace casi un mes, me trajo varias anécdotas que contar. Debí escribirlas rápidamente en mi cuaderno o en este blog, sin embargo, el cansancio y la pereza se han confabulado en contra de mi deseo. Recién ahora escribo algunas historias que recuerdo. Las escribiré poco a poco, luchando contra el sol de verano y la molicie.

En una de mis clases, luego de dictar la parte teórica de un tema de redacción, dejo a los estudiantes que redacten un texto grupal. Recorro el aula supervisando el trabajo y absolviendo dudas. De pronto un alumno, amable, de unos 18 años, me pregunta: "Profesor, ¿le gusta enseñar?". Y acto seguido vuelve a preguntar: "¿No le gustaría hacer algo más?". Yo lo observo un segundo, me quedo en silencio y esbozo una leve sonrisa. Trato rápidamente de meditar mi respuesta y le contesto que la enseñanza es un trabajo más que resulta valioso. Le digo que la vida, a veces, nos conduce por caminos insospechados. Finalmente, agrego: "La docencia es un bonito oficio, pese a que hay días buenos y malos". El alumno me mira comprensivo y ya no me insiste.

Luego de la clase, me quedo solo en el aula y pienso: "Es verdad. Cuando estaba en la universidad, jamás pensé que terminaría dedicándome a la docencia. Jamás. Ingresé a esta de casualidad y, porque, en aquel momento, estaba desempleado. Sin embargo, ya dentro, y pese a que hubo días realmente malos, encontré en ese oficio un lugar en el sentía que aportaba a mi país y ayudaba a muchos jóvenes a alcanzar sus sueños". Es por eso que, más de 12 años después, sigo en esta noble labor.