domingo, 23 de abril de 2017

Rutina de domingos

Cuando no salgo a alguna reunión o fiesta o cita, acostumbro despertarme los domingos entre las 8 y 9 de la mañana. Saco a pasear al perro a un parque aledaño. Luego tomo un yogurt o desayuno algo ligero y salgo a correr. Corro una media hora alrededor de un bonito monte, poblado de árboles y jardines. Mientras troto, contemplo a las señoras y jóvenes bailando en una de las calles cerradas por ser domingo, y solo abiertas al público deportista y familias. Veo jovencitos corriendo o haciendo barras, niños y padres de familia en bicicletas o patines, grupo de personas jugando voley. Ya con el sudor surcando mi rostro, regreso a mi casa y me doy un duchazo. Desayuno un pan con queso o palta y yogurt. Luego, empiezo el ritual de hace años: enciendo mi Toyota Corona rojo del año 82 y le paso un trapo para retirar el polvo acumulado en las ventanas y la carrocería. Mi toyota está muy bien conservado y parece un carrito de colección (no llega aún a los cien mil kilómetros). Se lo compré a mi hermano hace 5 años (mi madre se lo obsequió cuando terminó su carrera en San Marcos) y desde entonces lo he ido arreglando y agregándole detallitos. Por ejemplo, tapicé el asiento principal que estaba hecho trizas; reparé los faros y las micas de las luces frontales y posteriores, hice pintar los aros que estaban picados, etc. ...Piso el acelerador, con la radio prendida (hoy escuché un disco de Unión Cinema), y me voy por Velazco Astete, Primavera, Angamos, Ovalo de Higuereta, Benavides, Caminos del Inca. Es casi un placer manejar los domingos, pues casi no hay tráfico. Y como solo uso el auto los fines de semana, lo hago correr para que la máquina trabaje. Luego retorno a mi casa y guardo el carrito, hasta el próximo domingo, en la cochera. Tras ello, saco mi bicicleta Goliat (que tengo desde la adolescencia) de franjas negras y rojas, y le paso también el trapo al asiento, el manubrio, los aros y a la base metálica. Tras ello, manejo por la Loma, y veo nuevamente a las mujeres bailando, a los jóvencitos haciendo barras, a los niños y padres patinando o en sus bicicletas. Pasear en bicicleta es una de las cosas más sencillas y hermosas que uno puede hacer. Me da placer y me relaja. Me recuerda también a mi adolescencia, cuando paseaba en esa misma bicicleta por aquellas mismas calles, en busca de conocer alguna vecinita simpática. Más de veinte años de eso (alucinante). Paso por varios parques, realizo algunas maniobras que demuestran mi intacta pericia, y retorno a mi hogar luego de pedalear unos buenos kilómetros. Finalmente, tomo un buen vaso de agua y ya estoy listo para volver a la "realidad".



 

miércoles, 19 de abril de 2017

Diario de un profesor (43)

¿Qué harías si un día llegas a la institución donde enseñas hace varios años y te enteras que se ha cambiado el sistema de calificación, sin previa consulta a los profesores, y te das cuenta de que este es un disparate? ¿Te imaginas un sistema de calificación en el cual un alumno que saca de 0 a 12-en cualquiera de sus cuatro evaluaciones semestrales- se le deba poner como nota 12? Es decir, que si un estudiante saca 03 o 05 o 08 o 10, el profesor le debe poner 12. ¿Te lo imaginas? ¿Qué harías en un caso así? Por otro lado, según ese bendito sistema de calificación, si un alumno saca entre 13 y 15, ¿estarías de acuerdo en colocarle 13 de frente? En otras palabras, tú sacas 14 o 15 -por ejemplo- en tu examen Parcial, pero el profesor debería ponerte 13. ¿Tiene sentido? Finalmente, qué pasaría o qué pensarías si te enteras, que de las cuatro notas principales del curso, la última vale el 60% ... ¿Qué harías en una situación así? Tú, como profesor, ¿enseñarías con la misma motivación?, ¿protestarías ante tus jefes?, ¿te reirías y seguirías trabajando en silencio como si nada hubiese pasado?, ¿lo verías como una oportunidad?, ¿te parecería motivador o la idea más absurda? 

En una situación así, el profesor se presenta ante un dilema y tendrá que resolverlo de acuerdo a sus principios y necesidades (económicas, laborales). No me animo a dar una respuesta, pero sí a preguntarnos si la motivación es la misma y a tomar una decisión con el corazón.     

domingo, 9 de abril de 2017

Viajes y autos

El miércoles pasado, una amiga me jaló en su flamante auto: un pequeño pero bonito y espacioso Honda mecánico de color blanco. Mi amiga, 33 años, me contó que había pagado la mitad por adelantado (6 mil dólares) y en los próximos dos años tendría que pagar, mensualmente, cuotas de 700 soles. Es decir, el auto le iba a costar un poco más de 11 mil dólares (aunque ella me indicó que eran 12 mil). Mientras me contaba eso, ella me hizo recordar que 3 o 4 años atras yo la jalé el mi carrito: un toyota corona, antiguo, pero bien conservado. Yo recordé de inmediato las veces que pensé en venderlo, pero al final el cariño me lo impidió.

En estos cuatro años, a partir de marzo del 2013 (que viajé a Arequipa), he gastado un poquito más de 6 mil dólares en mis viajes. Es decir, tal como mi amiga, con ese dinero pude haber pagado el 50% de un flamante y moderno auto. Sin embargo, si me dieran a escoger entre viajar por el Perú y el mundo y comprarme un auto nuevo, preferiría lo primero. No me arrepiento, por tanto, en estos 4 años, de haber gastado mi dinero en conocer ciudades de mi lindo Perú (Arequipa, Iquitos y nuevamente Cuzco y Apurimac) y capitales y ciudades del exterior (Buenos Aires, Río de Janeiro, Madrid, Roma, Florencia, París). Creo, personalmente, que ha sido una gran inversión y ha sido una forma de recuperar el tiempo perdido en cuestión de viajes...Y es que entre los 27 y 34 años no viajé a ningún lugar, porque atravesé una época de vacas flacas y mis prioridades eran otras.

Si mañana muriera, creo que me podría morir tranquilo en cuestiones de viaje (aunque claro, tengo aún mis deudas pendientes). Me gustaría antes de los cuarenta conocer, en el Perú, Chiclayo y Cajamarca. Y en el exterior, visitar Miami y Nueva York (mi padre estuvo por Nueva York en los 70s). Ojalá las cosas se den. Ojalá dios confabule para lograr esto. Hace un mes conocí Europa. Conocí especificamente 4 ciudades: Madrid, Roma, Florencia y París (y estuve en el aeropuerto de Barcelona). Gasté poco menos de 3 mil dólares. Sabía que si no viajaba ahora, no lo iba a hacer nunca. La verdad que no me arrepiento. Fue la plata mejor gastada, aunque ahora mis ahorros son escasos. Agradezco también a mi amiga A que me brindó hospedaje en Madrid durante 5 días (sin ella este viaje no hubiera sido posible). También agradezco a mis amigas B y C que me sirvieron de guías en Florencia y París. Y claro, otros amigos que me brindaron sus recomendaciones a través del Facebook.

Europa es hermosa, quedé maravillado con muchas cosas: la historia, la belleza de los paisajes y las ciudades, las mujeres (las romanas son hermosísimas), la comida, etc. Pero sobre todo, tal como el título de una obra del peruano Sebastián Salazar Bondy, descubrí o entendí lo que mi intuición ya me decía: "No hay isla feliz". Es cierto, pues, que dichas ciudades están mucho más avanzadas que mi Perú, en muchos aspectos; sin embargo, mientras viajaba en los metros subterráneos, comprobé o palpé la soledad, la frustración, el desasosiego, la falta de comunicación entre las personas. Allá no son más felices que acá, al contrario, varias veces noté que la gente de Europa -no toda por supuesto- es más fría y está encerrada como en su burbuja. Es decir, en los metros, las personas eran como fantasmas que no cruzaban miradas y parecían no existir el uno para el otro (cosa que aún no sucede en el Perú). Además, noté que la gente allá es como en todos lados: existen personas muy atentas, educadas y serviciales con el extranjero; y otras que te ven como un extraño y te tratan de manera despectiva. En suma, allí, a la distancia, entendí que mi destino estaba en el país en que me tocó nacer. Y que con sus miles de problemas, el Perú es un país que tiene también muchos aspectos positivos y que debemos valorar!!! 












domingo, 2 de abril de 2017

Diario de un profesor (42)

Para mi gran sorpresa, y a una semana de empezar un nuevo ciclo en el instituto donde laboro hace más de cinco años, el viernes pasado recibí un reconocimiento por mi labor como docente en el semestre pasado. Es decir, obtuve un buen puntaje en mi rendimiento docente (encuestas de alumnos, supervisión, entrega de notas y exámenes, puntualidad, etc.) y, junto a un grupo de 20 o 25 docentes, se nos premió en una pequeña ceremonia de apertura del ciclo 2017-1. No era la primera vez que me premiaban. Dos veces antes (la última dos años antes) ya había sido distinguido con ese pequeño reconocimiento. No puedo negarlo, uno se alegra y se siente como un niño o adolescente de colegio que recibe su diploma de honor. Mientras recibía la felicitación del directivo y el papel que certificaba mi reconocimiento, pensé que así era la vida de un docente: llena de altas y bajas. Recordé, clarito, cómo un año antes, salí mal en mi encuesta docente, y en dos de mis aulas salí con promedios bajos. Por eso, a pesar de que agradezco el logro obtenido, no me la creo mucho. Se que ahora mis alumnos e institución reconocieron mi esfuerzo, pero sé que mañana eso puede cambiar. La vida es impredecible. Nunca sabes cuándo estás arriba y cuándo abajo, por más pasión que le pongas a las cosas... Así que a conservar la humildad, no creérsela mucho, y seguir trabajando (batallando, como diría Jorge Eslava) con humildad y pasión, esperando o rogando que los alumnos valoren (con tus defectos y limitaciones) el esfuerzo que pones en cada clase!!! Y claro, a renovar el entusiasmo en estos días previos al inicio de ciclo!!! Como dice el refrán, "a Dios rogando y con el mazo dando".