jueves, 26 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (22)

En las tardes, trabajo en una universidad como tutor brindando asesorías de Lenguaje. Llega a mi cubículo un muchacho de 18 años, que ya ha venido otras veces, y lo recibo amable. De pronto, dos muchachos, amigos de él, que no han encontrado tutor disponible, hacen el amago de querer acoplarse a la asesoría que brindo. Mi rostro dibuja una mueca de disgusto que me nace de lo más profundo de mi ser y les señalo: "Por si acaso, solo vamos a revisar la práctica que su amigo me ha traído". Finalmente, uno de ellos se anima a quedarse y yo no puedo dejar de mostrar un gesto de molestia, de incomodidad. Al cabo de un par de minutos, mientras inicio la clase, en el mundo de mis pensamientos, de mi yo interno, me percato de mi mal proceder, me sorprendo de esa faceta que desconocía en mí, y entiendo que no debí actuar así. Por eso, respiro y comienzo a sonreír, a mirar con empatía a esos dos jovencitos que, me doy cuenta, solo quieren que les enseñe lo poco que sé. Y por tanto, comienzo a enseñarles con pasión, esa pasión que desbordaba en mí cuando comencé a enseñar y que hoy palideció por unos cuantos segundos. No importa, esta anécdota me servirá para reflexionar y mejorar.

No hay comentarios: