lunes, 1 de mayo de 2017

Diario de un profesor (44)

Imagínate que entras a un aula de clase y el salón es un alboroto: cuarenta chiquillos conversan bulliciosos soltando lisuras y sonoras carcajadas. Inicias tu clase y esperas que ellos, al verte dictar, guarden silencio. Pero no: prosiguen como si no existieras, como si fueras un fantasma, un ser invisible. Levantas la voz pidiendo silencio. Ellos se callan unos segundos, tal vez medio minuto, pero luego continúan conversando en medio de sonrisas cómplices. Ahora gritas exigiendo silencio, indignado, con los ojos desorbitados, casi sin aire y contemplas la risa maliciosa de algunos alumnos mirándose entre sí. Sientes que ellos huelen tu miedo y te van a hacer la vida imposible, te van a hacer perder los papeles, te van a volver loco... Me imagino que este es uno de los grandes miedos de un maestro. El miedo a no saber qué hacer ante un aula de muchachos malcriados que han visto en el profesor una víctima en la cual mostrar su crueldad. Es ahí cuando el profesor debe guardar la calma, respirar profundamente y pensar rápidamente qué medida tomar. Esa noche, seguramente, el profesor no podrá dormir pensando qué hacer, cómo solucionar aquel desbarajuste y preguntándose si tendrá el carácter para enfrentar la situación. Creo que si el docente tiene fuertes convicciones y actúa con el corazón y no con odio va a poder (sufriendo un poco) sacar adelante aquel salón de clases. Podrá enseñarles a esos chiquillos inmaduros a respetar al prójimo y a hacerse respetar. La base de toda convivencia sana es el respeto entre las personas, pues sin eso no hay nada. No creo, por tanto, que la solución sea gritar o carajearlos: eso solo produciría miedo y le cortaría las alas a los chicos sensibles que también pueden haber en clase. O solo les "enseñaría" a respetar por miedo y no por que les nazca. Por tanto, hay que buscar medidas más inteligentes, medidas que tal vez a corto plazo no ofrezcan una solución, pero que a la larga permitan formar seres pensantes y respetuosos. Por ejemplo, se me ocurre cambiarlos de sitio, conversar con cada uno aparte para hacerle entender su proceder, hacerles preguntas a los chicos que conversan demasiado, hacerlos exponer el tema en el cual estaban distraídos, etc. Claro, es un camino largo, muy difícil, pero el único que nos puede garantizar que estamos formando ciudadanos listos para vivir en sociedad y respetar al prójimo.

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