viernes, 15 de mayo de 2020

Anécdota de colegio

Estábamos en cuarto de media de un colegio de hombres. Por algún motivo que no recuerdo, castigaron a todo el año y nos obligaron a pasar el recreo parados, bajo un sol intenso, en el gran patio de cemento del pabellón que ocupábamos. Habían transcurrido unos diez minutos del castigo (el recreo duraba media hora) cuando el director, un cura al que habíamos apodado José María "Pendejo", anunció -a través del micrófono- que podían ir a la capilla quienes acostumbraban confesarse. Debo indicar que, efectivamente, en los recreos, unos pocos solían acudir a la capilla para expiar sus pecados. Luego del anuncio del cura, y tras contemplarnos las caras entre nosotros, vimos que los "cuatro gatos" de siempre salían de la formación y caminaban en dirección a la pequeña iglesia. Sin embargo, poco a poco, vimos sorprendidos, que comenzaban a salir rostros que no identificábamos, precisamente, por su devoción religiosa. Luego, risueños y casi llorando de la risa, observamos que de la formación se desprendían decenas de alumnos que, súbitamente, parecían haber tenido una revelación y encontrado a Dios. En ese momento, el rostro del joven cura enrojeció y sus ojos destilaban fuego.

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