Las mujeres herméticas son simpáticas, inteligentes, nobles,
al menos en apariencia. A primera vista son las mujeres perfectas. Atrapan a
los hombres con facilidad. Somos pequeños peces que caemos atrapados ante tan
suculenta carnada. Sin embargo, las mujeres herméticas, cuando recién las
conoces, son totalmente lo opuesto. Son mujeres que te abren tu mundo, lo dejan
asomar, se muestran desenvueltas, espontáneas, sensibles, te cuentan partes de
su vida. Pero una vez que el hombre cae encandilado y se atreve a confesar su
interés, ya te jodiste. Te jodiste porque nunca más, hagas lo que hagas, se volverán
a abrir. Y a tus inútiles intentos, te
dejarán de contestar el teléfono, alegarán las excusas más inverosímiles, o
simplemente se borraran del mapa.
Las mujeres herméticas, difícil saber la causa de su
alejamiento, de sus desplantes, de su silencio, sí de su silencio. Tal vez
alguna herida, una herida sembrada en la niñez o adolescencia y que aparece al
sentirse amenazadas. No lo sabremos, nunca. Las mujeres herméticas son
inexpugnables, no importa si seas sincero al confesarle tus sentimientos, no
importa si eres el ser más detallista, porque ellas huirán con su enigma y
dejándote con el corazón en la mano. Las mujeres herméticas.
Posdata: La semana pasada leí “¿Quién se ha llevado mi
queso?, de Spencer Johnson, y me pareció interesante. Es una fábula (como las
de Esopo) que trata sobre cómo adaptarnos al cambio. La palabra clave que se
repite a lo largo de todo el texto es “miedo”. Y sí pues, el miedo es lo que
muchas veces nos impide avanzar y buscar el cambio que es necesario para
avanzar en nuestras vidas y adaptarnos al acelerado mundo de hoy.
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