lunes, 18 de enero de 2021

Prosa suelta

Cuando Mario cumplió 69 años, empezó a perder la memoria. Primero, no recordaba dónde dejaba su documento de identidad. Es cierto que siempre había tenido problemas de olvido, que le suceden a cualquiera, pero a partir de aquella edad estos olvidos se volvieron más frecuentes. Lo curioso, para sus familiares, era contemplar que Mario tenía su DNI consigo y un par de minutos después ya no sabía dónde estaba. "El diablo está jugando conmigo", decía con aire preocupado. A cada momento del día, subía con rostro circunspecto a su dormitorio, y sin que su esposa lo notara, hacía una pesquisa para encontrar su DNI. Un día, luego de volver del súper mercado, dejó su DNI en el bolsillo de uno de sus sacos, pero a los minutos ya no recordaba dónde lo había puesto. Su esposa, al verlo con rostro contrariado, ensimismado, lo ayudó a buscarlo, y tras una larga búsqueda lograron encontrarlo en aquel saco.


Segundo, comenzó a echarle la culpa a su esposa María de estarle robándole su dinero. Por supuesto, la abnegada y fiel esposa nunca había cogido un solo sol de su marido, y tenía que sufrir en silencio y resignación los reproches de Mario. Nadie en la familia sabía en qué gastaba Mario su plata y, muchas veces, vieron, con preocupación, cómo Mario regalaba su dinero a trabajadores de la calle o familiares en situación precaria. "Mario, no regales tu dinero", le decía María con tono severo.


Finalmente, cada vez que Mario conversaba con su esposa, hijos o conocidos, repetía la misma anécdota cada cinco minutos, como si fuese la primera vez que lo dijera. O hacía una pregunta que acababa de hacer minutos antes. La gente que lo rodeaba creía, al principio, que se trataba de un simple olvido; pero, luego, una invisible molestia, incluso de sus familiares más cercanos, se iba apoderando del ambiente. Muchas veces, incluso su entorno más cercano, aunque intuía lo que iba pasando, no le tenía paciencia y contestaba a sus preguntas en tono cortante o como si sufriera una discapacidad. Era triste el panorama. Cada día que pasaba, Mario, el hombre de la casa, aquel que durante años había llevado la batuta del hogar, iba perdiendo aquel papel y se iba convirtiendo, para los demás, en un niño que había que proteger y seguir a todos lados. 











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