viernes, 27 de diciembre de 2024

Diario de un profesor (97)

El delegado de una de mis secciones es un buen chico, educado y que asiste a clases. Sin embargo, me cuenta, tiene déficit de atención y, precisamente, observo que para distraído durante mi clases. Trato siempre de atraer su atención llamándolo constantemente, pero su mente viaja: es un nefelibata (vive en las nubes). Yo también lo soy o lo fui, pero en él su poder de concentración es mínimo. En el primer examen saca 07. Sus habilidades de redacción y ortografía son incipientes. Veo que se cambia de grupo para mejorar su promedio de trabajos grupales y lo logra. Veo que cumple con los cuestionarios que dejo y realiza una buena exposición individual. Lamentablemente, para el examen final no se prepara lo suficiente y el resultado es solo un poco mejor al primer examen. Obtiene 09 de nota. Su promedio final es 10. En la última clase, él se me acerca y me pide que le suba medio punto al examen para poder aprobar. Reviso este y le digo que su nota está bien puesta, que resulta imposible subirle más puntaje. Veo mi cuaderno con sus notas y me percato de que ha desaprobado los dos exámenes más importantes de manera rotunda. Podría subirle ese medio punto, pienso, pero le estaría haciendo un mal, ya que no ha mejorado su redacción durante el ciclo. Posiblemente, le ayudaría si hubiese una mejora notoria en el segundo examen y hubiese obtenido al menos un 12 o 13. Pero lamentablemente no ha sido así. Le transmito esto a mi alumno y, pese a que me insiste varias veces, decido llevarme por mi olfato de docente. Le digo que cuando yo tenía su edad, también me desaprobaron en los primeros ciclos y no fue el fin del mundo. Agregué que esos desaprobados me permitieron madurar y afianzar mis conocimientos en dichas materias. "Llevar el curso te servirá para que mejores tu redacción y tú necesitas saber escribir bien en tu carrera", culminé. El alumno me mira apesadumbrado, aceptando mi decisión final. Luego nos damos las manos y se marcha del aula a paso lento.


 

Diario de un profesor (96)

Al inicio de ciclo, antes de la primera clase en una sección, recibo un correo de un alumno X que me pide, educadamente, que por favor no lo llame con su nombre original de varón, sino con el nombre femenino Z. Me pide, además, que me dirija a él como alumna o señorita Z. Finalmente, me indica que si me molesta o genera incomodidad, podría también llamarla por su apellido, por ejemplo, señorita Rodríguez o alumna Rodríguez. Se despide de mí indicando que agradece mi apoyo y que espera el inicio de las clases de mi curso. Luego de leer el correo, la respuesta es obvia. Le respondo que cuenta con todo mi respaldo respecto a su pedido y le mando un saludo cordial. Cabe agregar que el desenvolvimiento de la alumna fue óptimo a lo largo del ciclo y sus compañeros de aula, salvo alguna mirada burlona, se comportaron con empatía y respeto. Esto es síntoma de que los tiempos han cambiado y, en este aspecto de la orientación sexual o la identidad de género, ha sido para mejor.


 

jueves, 26 de diciembre de 2024

Diario de un profesor (95)

El alumno X lleva el curso por tercera vez. Si desaprueba esta vez, lo expulsan de la universidad. Me entero de esto por un correo de la universidad al finalizar la segunda semana. La tercera semana el alumno conversa conmigo, me explica su situación y me muestra su mejor disposición. Sin embargo, en la siguientes semanas, el estudiante de unos 18 o 19 años, no participa en clase, llega tarde, revisa su celular constantemente y muestra leves faltas de respeto. No es producto de la casualidad que en el primer examen salga desaprobado con 09. Converso con él y lo invito a esforzarse más, pero no veo progreso alguno. Lo invito a las asesorías fuera de clase, pero no va ni me trae algún texto suyo para que le corrija. En una tarea grupal, el alumno se la pasa en clase durmiendo y no entrega una tarea. Francamente, pienso que el alumno va a terminar desaprobando y que los estudios no son para él. Lo único positivo es que sí cumple con unos cuestionarios que dejo. Decido, por tanto, no renegar por las puras y dejo que él decida su destino en mi curso.

Faltando tres semanas para que finalice el ciclo, para mi sorpresa, se aparece en una de mis asesorías y me hace preguntas sobre alguna de las tareas. Le doy mi apoyo, aunque al final no me envía algún texto para practicar para el examen final. Pese a eso, veo una leve mejora en el trabajo grupal que presenta y aprueba con 11. Igualmente, en el examen final aprueba con 12, aunque pudo hacerlo mucho mejor. Para la exposición final, que decide su destino, se conecta a una de mis asesorías y muestra interés en hacer una buena presentación. Ese día de la exposición, realiza una buena performance, con soltura y apoyándose en fichas, y obtiene una nota que le permite pasar el curso con once. Me alegro por él; espero que en el futuro siga madurando y encuentre su camino, así como yo lo hice a su edad. Nunca es tarde.




viernes, 20 de diciembre de 2024

Diario de un profesor (94)

En una de mis salones universitarios, durante el último examen, una alumna al entregarme su prueba, me muestra algo que ha escrito: "Mi compañero del costado está con una hoja entre sus piernas". "Gracias", le contesto susurrando. Cuando ella se retira, espero un par de minutos , me paro de mi asiento y recorro el aula. Me voy a un extremo y diviso al alumno y, efectivamente, debajo de él, en el piso, hay una hoja con apuntes, pero siento que la letra es minúscula como para poder divisarla desde donde está el estudiante. Y ahí cometo un grave error: en vez de ver de qué son los apuntes, solo le digo al alumno qué hace con esa hoja y le pido que la guarde en su mochila antes de que le anule el examen (antes de la clase les había advertido que guarden todo, incluidos sus celulares, en sus mochilas). El alumno guarda el papel y se excusa diciéndome que eran hojas de otro curso. Cuando me quedo solo, reflexiono sobre lo ocurrido y siento que cometí un error; debí anularle el examen o, en todo caso, recoger la evidencia y, a partir de esto, descontarle puntaje. No hice nada de las dos.

Recordé que aquel alumno siempre me daba la mano al despedirse y, en la primera prueba, también tenía varias hojas en el piso (que guardó cuando le advertí). Para salir de dudas, pedí la grabación de la cámara del aula a la universidad. Si encontraba el plagio a través de la cámara, debía hacer dos informes largos y tediosos. Al ver, la grabación, el primer ángulo de la cámara no enfocaba al alumno; y en el otro ángulo, sí aparecía él de frente, pero no la hoja en el piso. Solo pude advertir que a veces bajaba la mirada, pero la bendita hoja no aparecía en el enfoque. Para suerte del estudiante, no había una prueba contundente de plagio y la hoja que le observé no llegué a pedírsela. El alumno se había salvado, ya que la duda lo beneficiaba.

La última clase, durante la entrega del examen, en el que había aprobado con 14, aproveché para decirle que debí anular su examen o bajarle puntos por la hoja que le encontré. "No voy a negar que se me ha caído un poco. Tenía un buen concepto de usted. Espero no lo vuelva a hacer", le dije al alumno y él me miró circunspecto y la cabeza gacha. Luego, me pidió disculpas y se despidió sin darme la mano.

 

 

 

Diario de un profesor (93)

Un ciclo más y varias anécdotas como profesor universitario. Sin embargo, la memoria es frágil y algunas se han desvanecido y otras aparecen en mi mente para no quedar en el olvido.

Hoy me quiero referir a esos alumnos que desaprueban solos. Esos alumnos que, desde el principio, no asisten mucho y son visitantes intermitentes a las clases. Casi no reconoces sus rostros y cuando recién te percatas de ellos, al ver que han desaprobado de manera notoria en uno de los exámenes, ya están casi con un pie afuera. Es cierto que hay algunos que, a mitad del ciclo, enmiendan el rumbo y llegan a aprobar con las justas, pero los hay quienes navegan rumbo al naufragio, sin que el docente pueda hacer nada. Este ciclo, por ejemplo, en una de mis aulas me tocaron dos jovencitos así. No asistían mucho a clase y en el primer examen salieron jalados con notas bajísimas. Uno de ellos se acercó a mí y me prometió que se iba a esforzar en adelante y que ya no faltaría. Yo lo alenté y le dije que contara con todo mi apoyo cuando lo considere. Sin embargo, su esfuerzo duró solo una semana. A la siguiente, volvió a faltar y luego no asistió a una de las evaluaciones. Un mes antes de que acabara el ciclo, el chico y el otro jovencito (que eran buenos chicos y educados) se esfumaron. Y así como en este caso, en cada aula hay siempre un alumno o alumna así. Eso sí, soy consciente de que cada joven tiene su propio proceso de madurez y ellos, en algún momento, así como yo a su edad, madurarán y entenderán que la única forma de cumplir sus sueños es esforzándose y perseverando. ¡Buena suerte para ellos!