El alumno X lleva el curso por tercera vez. Si desaprueba esta vez, lo expulsan de la universidad. Me entero de esto por un correo de la universidad al finalizar la segunda semana. La tercera semana el alumno conversa conmigo, me explica su situación y me muestra su mejor disposición. Sin embargo, en la siguientes semanas, el estudiante de unos 18 o 19 años, no participa en clase, llega tarde, revisa su celular constantemente y muestra leves faltas de respeto. No es producto de la casualidad que en el primer examen salga desaprobado con 09. Converso con él y lo invito a esforzarse más, pero no veo progreso alguno. Lo invito a las asesorías fuera de clase, pero no va ni me trae algún texto suyo para que le corrija. En una tarea grupal, el alumno se la pasa en clase durmiendo y no entrega una tarea. Francamente, pienso que el alumno va a terminar desaprobando y que los estudios no son para él. Lo único positivo es que sí cumple con unos cuestionarios que dejo. Decido, por tanto, no renegar por las puras y dejo que él decida su destino en mi curso.
Faltando tres semanas para que finalice el ciclo, para mi sorpresa, se aparece en una de mis asesorías y me hace preguntas sobre alguna de las tareas. Le doy mi apoyo, aunque al final no me envía algún texto para practicar para el examen final. Pese a eso, veo una leve mejora en el trabajo grupal que presenta y aprueba con 11. Igualmente, en el examen final aprueba con 12, aunque pudo hacerlo mucho mejor. Para la exposición final, que decide su destino, se conecta a una de mis asesorías y muestra interés en hacer una buena presentación. Ese día de la exposición, realiza una buena performance, con soltura y apoyándose en fichas, y obtiene una nota que le permite pasar el curso con once. Me alegro por él; espero que en el futuro siga madurando y encuentre su camino, así como yo lo hice a su edad. Nunca es tarde.
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