lunes, 3 de febrero de 2020

El gran Apu

Llegó a nuestra casa hace 9 años y ayer partió al cielo. Mi hermano lo trajo, recuerdo como si fuese ayer. Era pequeño, el hocico prominente, las orejas enhiestas, los ojitos negros, las patas cortas, el lomo color negro, el pecho blanco, motas de color caramelo salpicando su rostro, sus orejas y sus patitas, y la cola erguida. Desde los primeros días mostró personalidad -es un bull terrier decía mi hermano- y se hacía respetar. Con los meses fue sacando cuerpo, no creció mucho de altura, pero caminaba saltando y con actitud. 

Sus dos primeros años fue el mimado de mi hermano y su enamorada. Tenía un adiestrador particular y lo hacían participar en concursos de cachorros, en los cuales obtuvo varios primeros puestos (la casa se llenó de diplomas de Apu). Para su santo o alguna celebración, lo vestían de manera especial y hasta le compraban su torta. Apu tenía carácter fuerte y cuando alguien quería recriminarle o pegarle por alguna travesura que hizo, te sacaba los colmillos y te miraba desafiante. Pronto aprendí que con Apu no servía el mal trato, sino que había que ganárselo con cariño. Es cierto, Apu nunca fue muy efusivo conmigo (cosa que sí era con mi hermano), pero con los años entablé un vínculo y capté que en su mirada había un cierto aprecio hacia mi persona, y viceversa.

Todo cambió cuando mi hermano tuvo su primera hijita y al poco tiempo se mudó a vivir con su nueva familia. No es que se olvidara de Apu, pero -por obvias razones- él dejó de ser el mimado y quedó relegado a un segundo plano. A veces, lo veía echado en su casita del patio de mi casa y parecía pensar en aquellos buenos tiempos que no volverían. Cuando lo sacaba al parque, aún de joven, como era tosco, muchos perritos le tenían miedo a la hora de jugar. Al ver que a veces se originaban pequeños conatos de gresca, dejé de soltar a Apu y solo lo llevaba con correa. No era un perro malo, pero cuando se veía atacado o agredido, respondía con violencia que debíamos evitar. Entre sus dos y tres años, se cruzó con un par de hembras y fue padre de varios cachorros que continuarán su estirpe. 

Es cierto que en la casa mi padre renegaba con el Apu y pedía que lo regalaran, ya que tenía que limpiar sus excrementos del patio todos los días. Sin embargo, a veces escuchaba que le decía con cariño: "¿Cómo estás, Apu?". Yo también recuerdo que de joven me mordió levemente un par de veces y lo maldije, pero al rato entendía que se sentía amenazado y no lo hacía de malo.

Los últimos años, trataba de sacarlo al parque en las mañanas antes de ir al trabajo. Sobre todo, los últimos dos años, cuando comencé a notar sus primeros achaques, lo sacaba con mayor regularidad. Comenzó a notarse una alergia en su hocico con mayor claridad, sus ojitos se llenaban de legañas y una sustancia acuosa empañaba sus ojos. Le limpiaba, por eso, con un pañito antes de salir y le decía: "Apu, para que estés más churro y las perritas se fijen en ti". A veces, en el parque, al verse contemplado por alguna persona o algún perrito, se ponía a rampear como recordando aquellos tiempos en que era el rey de la casa y competía en concursos para mostrar su pedigrí. Teníamos ya un lenguaje en común, y cuando su correa se introducía en una de sus patitas, él levantaba la patita para que yo pudiera sacar la correa. Con el tiempo también se volvió más cauto o miedoso: cada vez que un perro le ladraba o le buscaba el enfrentamiento, Apu ya no se ponía bravo, sino que le daba la espalda y me miraba como pidiendo marcharse. Varias veces, sobre todo en los últimos años, llegábamos al parque y -a diferencia de años anteriores en que no quería regresar a casa- al cabo de pocos minutos, él saltaba, cogía un extremo de la cuerda con su hocico y jalaba, solo, en dirección a la casa. Es decir, él me llevaba.

Apu era amante del pan, le gustaba comer pedazos de pan mezclados con esas pastillas desabridas que le dábamos. También le daba, a veces, trozos de plátano, y muy de vez en cuando, algún pedazo de pollo o un hueso. Apu comía de todo, no era eticoso.  Recuerdo también saludarlo al llegar del trabajo en la noche y, en ocasiones, ante su mirada serena y reflexiva, rascarle el lomo o la pancita y él agitar estremecido una de sus patitas. O sobarle su cabecita o levantarle las dos patitas delanteras y hacerlo avanzar como jugando. Varias veces lo observé oliendo las plantitas de la casa o del parque y quedarse durante un par de minutos embriagado con el perfume de la vegetación.

Hace tres días amaneció mal. Había vomitado en todo el patio del jardín. Pensé que le habían dado algo de comer y le había caído mal. Acostumbraba a purgarse comiendo hojas y pronto se le pasaba. El segundo día volvió a vomitar, pero ya menos. Quise sacarlo al parque, como todas las mañanas, pero se quedó echadito en su casita y sin probar bocado. Le acerqué un poquito de agua, pero no quiso. El sábado me levanté en la mañana, limpié sus ojitos con un pañito y barrí su patio. Quise sacarlo, pero no quiso, así que lo dejé descansar. A la media hora, tocaron el timbre: era el veterinario (mandado por mi hermano). Normalmente, cuando tocan el intercomunicador, Apu ya sabe que lo vienen a bañar y se pone loco de alegría. Pero como estaba malito, le dije al veterinario -que venía a recogerlo en su vehículo- que pasara a la casa. Para mi sorpresa, cuando me acerqué al patio, Apu estaba de pie y miraba curioso quién era. Al ver al señor, su semblante cambió y comenzó a mover alegre su colita. Incluso caminó ágil hasta la salida y parecía ya recuperado. "Trátelo bien, señor", le dije al hombre, mientras este colocaba a Apu en un canil. "Chau, Apu", pronuncié sin saber que era la última vez en mi vida que iba a volver a verlo. Hoy, mi hermano me informó que el gran Apu había fallecido, que le habían encontrado plástico en el intestino, que lo habían operado, y no había aguantado el post operatorio. Se me hizo un nudo en la garganta, no me lo esperaba. 

Nunca me tomé una foto con Apu (aunque varias veces lo pensé). Por eso, con este humilde texto, quería agradecerte, perrito lindo, por todo lo que nos enseñaste. Esperamos que te hayas sentido querido por nosotros al menos un poco, creo que hicimos el intento. Que te vaya bien en este nuevo viaje a la eternidad. Cuídate mucho, querido APU. Siempre te recordaremos. 

1 comentario:

Unknown dijo...
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