viernes, 27 de diciembre de 2024

Diario de un profesor (97)

El delegado de una de mis secciones es un buen chico, educado y que asiste a clases. Sin embargo, me cuenta, tiene déficit de atención y, precisamente, observo que para distraído durante mi clases. Trato siempre de atraer su atención llamándolo constantemente, pero su mente viaja: es un nefelibata (vive en las nubes). Yo también lo soy o lo fui, pero en él su poder de concentración es mínimo. En el primer examen saca 07. Sus habilidades de redacción y ortografía son incipientes. Veo que se cambia de grupo para mejorar su promedio de trabajos grupales y lo logra. Veo que cumple con los cuestionarios que dejo y realiza una buena exposición individual. Lamentablemente, para el examen final no se prepara lo suficiente y el resultado es solo un poco mejor al primer examen. Obtiene 09 de nota. Su promedio final es 10. En la última clase, él se me acerca y me pide que le suba medio punto al examen para poder aprobar. Reviso este y le digo que su nota está bien puesta, que resulta imposible subirle más puntaje. Veo mi cuaderno con sus notas y me percato de que ha desaprobado los dos exámenes más importantes de manera rotunda. Podría subirle ese medio punto, pienso, pero le estaría haciendo un mal, ya que no ha mejorado su redacción durante el ciclo. Posiblemente, le ayudaría si hubiese una mejora notoria en el segundo examen y hubiese obtenido al menos un 12 o 13. Pero lamentablemente no ha sido así. Le transmito esto a mi alumno y, pese a que me insiste varias veces, decido llevarme por mi olfato de docente. Le digo que cuando yo tenía su edad, también me desaprobaron en los primeros ciclos y no fue el fin del mundo. Agregué que esos desaprobados me permitieron madurar y afianzar mis conocimientos en dichas materias. "Llevar el curso te servirá para que mejores tu redacción y tú necesitas saber escribir bien en tu carrera", culminé. El alumno me mira apesadumbrado, aceptando mi decisión final. Luego nos damos las manos y se marcha del aula a paso lento.


 

Diario de un profesor (96)

Al inicio de ciclo, antes de la primera clase en una sección, recibo un correo de un alumno X que me pide, educadamente, que por favor no lo llame con su nombre original de varón, sino con el nombre femenino Z. Me pide, además, que me dirija a él como alumna o señorita Z. Finalmente, me indica que si me molesta o genera incomodidad, podría también llamarla por su apellido, por ejemplo, señorita Rodríguez o alumna Rodríguez. Se despide de mí indicando que agradece mi apoyo y que espera el inicio de las clases de mi curso. Luego de leer el correo, la respuesta es obvia. Le respondo que cuenta con todo mi respaldo respecto a su pedido y le mando un saludo cordial. Cabe agregar que el desenvolvimiento de la alumna fue óptimo a lo largo del ciclo y sus compañeros de aula, salvo alguna mirada burlona, se comportaron con empatía y respeto. Esto es síntoma de que los tiempos han cambiado y, en este aspecto de la orientación sexual o la identidad de género, ha sido para mejor.


 

jueves, 26 de diciembre de 2024

Diario de un profesor (95)

El alumno X lleva el curso por tercera vez. Si desaprueba esta vez, lo expulsan de la universidad. Me entero de esto por un correo de la universidad al finalizar la segunda semana. La tercera semana el alumno conversa conmigo, me explica su situación y me muestra su mejor disposición. Sin embargo, en la siguientes semanas, el estudiante de unos 18 o 19 años, no participa en clase, llega tarde, revisa su celular constantemente y muestra leves faltas de respeto. No es producto de la casualidad que en el primer examen salga desaprobado con 09. Converso con él y lo invito a esforzarse más, pero no veo progreso alguno. Lo invito a las asesorías fuera de clase, pero no va ni me trae algún texto suyo para que le corrija. En una tarea grupal, el alumno se la pasa en clase durmiendo y no entrega una tarea. Francamente, pienso que el alumno va a terminar desaprobando y que los estudios no son para él. Lo único positivo es que sí cumple con unos cuestionarios que dejo. Decido, por tanto, no renegar por las puras y dejo que él decida su destino en mi curso.

Faltando tres semanas para que finalice el ciclo, para mi sorpresa, se aparece en una de mis asesorías y me hace preguntas sobre alguna de las tareas. Le doy mi apoyo, aunque al final no me envía algún texto para practicar para el examen final. Pese a eso, veo una leve mejora en el trabajo grupal que presenta y aprueba con 11. Igualmente, en el examen final aprueba con 12, aunque pudo hacerlo mucho mejor. Para la exposición final, que decide su destino, se conecta a una de mis asesorías y muestra interés en hacer una buena presentación. Ese día de la exposición, realiza una buena performance, con soltura y apoyándose en fichas, y obtiene una nota que le permite pasar el curso con once. Me alegro por él; espero que en el futuro siga madurando y encuentre su camino, así como yo lo hice a su edad. Nunca es tarde.




viernes, 20 de diciembre de 2024

Diario de un profesor (94)

En una de mis salones universitarios, durante el último examen, una alumna al entregarme su prueba, me muestra algo que ha escrito: "Mi compañero del costado está con una hoja entre sus piernas". "Gracias", le contesto susurrando. Cuando ella se retira, espero un par de minutos , me paro de mi asiento y recorro el aula. Me voy a un extremo y diviso al alumno y, efectivamente, debajo de él, en el piso, hay una hoja con apuntes, pero siento que la letra es minúscula como para poder divisarla desde donde está el estudiante. Y ahí cometo un grave error: en vez de ver de qué son los apuntes, solo le digo al alumno qué hace con esa hoja y le pido que la guarde en su mochila antes de que le anule el examen (antes de la clase les había advertido que guarden todo, incluidos sus celulares, en sus mochilas). El alumno guarda el papel y se excusa diciéndome que eran hojas de otro curso. Cuando me quedo solo, reflexiono sobre lo ocurrido y siento que cometí un error; debí anularle el examen o, en todo caso, recoger la evidencia y, a partir de esto, descontarle puntaje. No hice nada de las dos.

Recordé que aquel alumno siempre me daba la mano al despedirse y, en la primera prueba, también tenía varias hojas en el piso (que guardó cuando le advertí). Para salir de dudas, pedí la grabación de la cámara del aula a la universidad. Si encontraba el plagio a través de la cámara, debía hacer dos informes largos y tediosos. Al ver, la grabación, el primer ángulo de la cámara no enfocaba al alumno; y en el otro ángulo, sí aparecía él de frente, pero no la hoja en el piso. Solo pude advertir que a veces bajaba la mirada, pero la bendita hoja no aparecía en el enfoque. Para suerte del estudiante, no había una prueba contundente de plagio y la hoja que le observé no llegué a pedírsela. El alumno se había salvado, ya que la duda lo beneficiaba.

La última clase, durante la entrega del examen, en el que había aprobado con 14, aproveché para decirle que debí anular su examen o bajarle puntos por la hoja que le encontré. "No voy a negar que se me ha caído un poco. Tenía un buen concepto de usted. Espero no lo vuelva a hacer", le dije al alumno y él me miró circunspecto y la cabeza gacha. Luego, me pidió disculpas y se despidió sin darme la mano.

 

 

 

Diario de un profesor (93)

Un ciclo más y varias anécdotas como profesor universitario. Sin embargo, la memoria es frágil y algunas se han desvanecido y otras aparecen en mi mente para no quedar en el olvido.

Hoy me quiero referir a esos alumnos que desaprueban solos. Esos alumnos que, desde el principio, no asisten mucho y son visitantes intermitentes a las clases. Casi no reconoces sus rostros y cuando recién te percatas de ellos, al ver que han desaprobado de manera notoria en uno de los exámenes, ya están casi con un pie afuera. Es cierto que hay algunos que, a mitad del ciclo, enmiendan el rumbo y llegan a aprobar con las justas, pero los hay quienes navegan rumbo al naufragio, sin que el docente pueda hacer nada. Este ciclo, por ejemplo, en una de mis aulas me tocaron dos jovencitos así. No asistían mucho a clase y en el primer examen salieron jalados con notas bajísimas. Uno de ellos se acercó a mí y me prometió que se iba a esforzar en adelante y que ya no faltaría. Yo lo alenté y le dije que contara con todo mi apoyo cuando lo considere. Sin embargo, su esfuerzo duró solo una semana. A la siguiente, volvió a faltar y luego no asistió a una de las evaluaciones. Un mes antes de que acabara el ciclo, el chico y el otro jovencito (que eran buenos chicos y educados) se esfumaron. Y así como en este caso, en cada aula hay siempre un alumno o alumna así. Eso sí, soy consciente de que cada joven tiene su propio proceso de madurez y ellos, en algún momento, así como yo a su edad, madurarán y entenderán que la única forma de cumplir sus sueños es esforzándose y perseverando. ¡Buena suerte para ellos!

martes, 13 de agosto de 2024

Diario de un profesor (92)

La Inteligencia artificial (IA) ha llegado con fuerza  y actualmente se ha masificado aun más, ya que se encuentra como parte del Whatsapp y el Facebook. La pregunta cae de madura en el ramo de la educación: ¿los docentes cómo deben tomar a la IA? y, sobre todo, en el campo de la redacción, ¿qué papel deberá ejercer el docente?

Primero, debo indicar que no tengo una respuesta clara a estas interrogantes y solo voy a tratar de dar(me) una respuesta tentativa.

Sin duda, la IA ha llegado para quedarse y ya resulta imposible contenerla. Al tener los alumnos la IA como parte de su whatsapp o facebook, esta será parte de su cotidianidad. Por tanto, si el docente prohibe su uso, será como alentar más su práctica. Ergo, el profesor debe buscar formas inteligentes para valerse de esta como un medio y no como un fin al memento de enseñarles a redactar.

Segundo, la IA es tan potente que, con una indicación bien dada, te devuelve, en un par de segundos, un texto bien redactado al cual solo debes pulir ciertos detalles. Por ende, el alumno ya no necesitaría esforzarse preparado un esquema y un texto. ¿Cómo enfrentar esto?, tomando en cuenta que el alumno, comprensiblemente, tomará el camino del menor esfuerzo. ¿De qué manera la IA ayudará a que los estudiantes desarrollen su capacidad escrita? Pareciera, al contrario, que lo debilitará. 

-Se me ocurre plantear ejercicios de redacción durante la clase y que el mismo docente entregue las fuentes a emplear. De esta manera, el alumno se verá obligado a leer los textos (breves) en clase y redacte usando sus propias capacidades.  

-La IA podría servir para que los alumnos hagan las referencias en formato APA (un trabajo mecánico), buscar fuentes (un tiempo que se puede ahorrar para centrarse en la escritura).

-La IA también les podría servir para que, en caso no sepan armar una oración con verbo, aquella les dé la respuesta luego de la debida retroalimentación del docente. En otras palabras, la IA podría servir como un complemento de la retroalimentación. Otro ejemplo: si les coloco que en una idea X faltó un conector de contraste, entonces la IA les puede ayudar, luego de la retroalimentación, a buscar dicho conector (o dicho verbo, signo de puntuación, revisar la concordancia, un sinónimo, precisión léxica, etc.)

Pese a lo anterior, ¿debería dejar a los estudiantes usar la IA durante el proceso de redacción? Sí, para recabar fuentes, indicar las referencias bibliográficas y profundizar la retroalimentación, pero no para la redacción propiamente dicha. Por eso, mi corazón y mi mente me dicen que podría realizar ejercicios de redacción a mano, en hoja física, durante la clase. En suma, buscar que redacten textos breves pero bien hechos. De esta manera, la IA sería un medio de apoyo, pero no un fin en sí mismo.

 

 


 

El sol infante

El sol infante - José Güich | PlanetadeLibros 

El sol infante (2018) es un libro de relatos de género fantástico del escritor peruano Jose Güich Rodríguez. Compuesto de 9 cuentos, el libro resulta valioso dentro del espectro de la literatura peruana.

Personalmente, lo leí en desorden (primero los cuentos más breves y finalmente los más extensos) y mi interés fue en aumento. "Moulin, molino" me pereció un divertimento ingenioso. "Gigante roja a la carta" no lo entendí del todo (el final), pese a que lo leí dos veces. Sin embargo, los demás relatos fueron in crescendo. "Legado" me pareció interesante, aunque había momentos en que debía releer ciertas partes. Pero luego ya no me ocurrió esto. "Cordova,1614" me gustó, sobre todo el final. La historia de "Arabella. Serie B" sobre una tarántula que va aumentando de tamaño me pareció ingeniosa y me atrajo mucho; asimismo, la prosa de Güich mostraba un trabajo con el lenguaje y era funcional. 

Los mejores relatos, sin duda, son "El sol infante" (un cuento futurista sobre un pequeño sol que crean los humanos), "Arabella", "Ofrenda" (cuyo protagonista es el periodista y detective Pablo Teruel, quien debe desentrañar el misterio de unos gallos enfermos), "Botella al mar" y "Los fundadores". Este último es de los más destacados y, aunque tiene una impronta de Julio Ramón Ribeyro, Güich lo dota de su propia sensibilidad. 

En suma, el libro El sol infante es recomendable y contribuye notablemente con la tradición fantástica de la literatura peruana, la cual no es muy vasta a diferencia del realismo.



 

 

jueves, 1 de agosto de 2024

Animales luminosos

 Animales luminosos 

Animales luminosos (2021) es una novela del escritor peruano Jeremías Gamboa, quien ganó notoriedad por su primera novela Contarlo todo (2013) que fue apadrinada por Mario Vargas Llosa. Personalmente, me gustó mucho este libro, sin embargo, no sucedió lo mismo con su última novela.

Animales luminosos es una historia que transcurre durante una noche en Colorado, Boulder (Estados Unidos). Aquí el protagonista es Ismael, un joven de más o menos 30 años que viaja de Perú a  Colorado para estudiar una especialización en Literatura. La trama transcurre a partir del encuentro con un amigo norteamericano quien le presenta a sus amistades, y un encuentro casual, en una bar, con una chica de sus clases de literatura.

La novela arranca bien y Gamboa muestra una solvencia en su prosa (un buen trabajo con el lenguaje) y una fina capacidad de observación para describir personajes, situaciones y lugares. Además, desmenuza prolijamente las interacciones de sus personajes, dotándolos de una riqueza descriptiva y psicológica. No obstante, la trama en un momento -desde mi opinión- se estanca o se vuelve monótona. Parte de la novela se centra en las vicisitudes amorosas de los amigos del protagonista, las cuales ocupan varias páginas. Y se vuelve cansino básicamente porque se nos cuentan las cuitas amorosas de tres de estos amigos: Nate, Tood y Nico, las cuales poseen varias similitudes. Luego, la historia se centra en el encuentro del protagonista con su compañera de clase, y el tema amoroso vuelve a surgir como un elemento clave, pero ya se torna algo predecible. 

Por otro lado, tanto en la historia del protagonista como con uno de los amigos y la chica, se abordan los temas del racismo y clasismo, sin embargo, estos se tratan de manera algo forzada o maniquea. Se nos presenta a Ismael como un joven que escapa de Lima (Perú), una ciudad racista que discrimina a las personas por su origen andino. Y aunque esto es cierto, la manera en cómo Gamboa lo presenta no termina por encajar bien y más parece un hombre acomplejado. Finalmente, y pese a que las prosa de Gamboa es uno de sus mejores logros, hay diálogos que parecen artificiales pues son excesivamente líricos.

En conclusión, Animales luminosos muestra a Gamboa como un autor con talento pero que, al menos en esta entrega, lamentablemente, no llega a cuajar del todo su propuesta artística.

 

Grandes miradas

 Grandes Miradas 

Grandes miradas (2003) es una novela del escritor peruano Alonso Cueto (1954) que aborda el tema de la dictadura del presidente Alberto Fujimori. A partir de esta novela, el cineasta Francisco Lombardi hizo una adaptación al cine para su película Mariposa negra (2006)

La novela de Cueto gira sobre el asesinato del juez Guido Pasos durante la dictadura de Fujimori en los años 90s, por no aceptar un soborno del asesor Vladimiro Montesinos. Tras la muerte de Pasos, su esposa Gabriela, una profesora de escuela, buscará vengarse y asesinar a Montesinos. Entre los puntos destacables de la novela están, en primer lugar, que es entretenida. Se lee con agilidad e interés. En segundo lugar, la prosa impresionista de Cueto es efectiva, es decir, hay un evidente trabajo con el lenguaje y un claro talento para describir personajes, situaciones, lugares, etc. En tercer lugar, la novela posee una estructura coherente y bien organizada. Sin embargo, desde mi punto de vista, la principal falencia de Grandes miradas está en ciertas escenas que resultan inverosímiles y le quitan fuerza a la historia (es lo mismo que sentí en su obra La hora azul). Una de ellas es la transformación de Gabriela tras la muerte de su esposo Guido Pasos. Me resulta forzado cómo cambia su personalidad tan rápidamente, sin ninguna transición de por medio. De un momento a otro, salvo por la muerte de Pasos, deja su trabajo en la escuela y se vuelve una mujer intrépida y osada que no duda en querer matar a Montesinos, el hombre más poderoso y siniestro del país. Otra escena es cuando ella mata a uno de los torturadores de Pasos. Resulta poco creíble cómo esa frágil mujer, sin un previo entrenamiento, termina volviéndose una eximia manipuladora de armas punzocortantes y termina neutralizando y matando a su víctima.

Pese a lo anterior, haciendo las sumas y las restas, y pese a las falencias de la historia, Grandes miradas es una novela de interés que merece ser leída. Y aunque no llega al nivel de Demonio de mediodía, la mejor novela que he leído del autor, Alonso Cueto demuestra que posee un innegable talento.


 

 

 

 

martes, 30 de julio de 2024

Diario de un profesor (91)

Hay que escuchar los comentarios positivos y negativos de los alumnos para tratar de mejorar como docente. Pese a que este fue el ciclo en el que obtuve mi promedio más bajo en la encuesta de satisfacción de los alumnos, reviso esta para ver los aspectos en que debo de mejorar. Sé que la carrera del docente no es solo llegar a una buena institución en la que te paguen decente por tu labor, sino también realizar bien tu trabajo (con pasión) y mantenerse hasta que el cuerpo y la mente te digan que es momento de retirarse.

Reviso los comentarios de mis alumnos y extraigo estas recomendaciones:

-"Profesor, usted califica muy bajo".

-"Explica bien los temas, sin embargo, debería tener un poco más de paciencia en cuanto nos equivocamos"

-"Sugiero que explique los temas a fondo en clase..."

-"Es buena persona solo que a veces le pregunta siempre o menciona a una sola persona"

- "Podría mejorar en sus métodos de participación con los estudiantes".

-"Buen profesor en todo los aspectos mencionados, el único punto que debería mejorar es en ser más flexible"

-"Es buen profesor. Sin embargo, califica muy bajo y siempre encuentra errores mínimos en cualquier texto".

No utilizaré este espacio para defenderme o justificarme, ya que en varios puntos los estudiantes tienen razón. Al contrario, agradezco sus comentarios porque me sirven para mejorar día a día. 

 

 

Diario de un profesor (90)

Este ciclo universitario pensé que estaba cuajando como docente, es decir que, con los años, estaba madurando y volviéndome un profesor más solvente y seguro. Más aún, ilusamente, creí que, en general, era un profesor carismático, que caía bien a los alumnos y no generaba grandes odios a diferencia de otros colegas. Sin embargo, me equivoqué de cabo a rabo. Hace un par de días, revisando la encuesta de satisfacción que se hace a los alumnos, vi, anonadado, que mi promedio estaba por debajo de la media. Por primera vez en 3 años y medio, mi promedio era bajo y los estudiantes me habían calificado duramente. Lo que me sorprendió, sobre todo, fue lo pobre que me calificó una de las aulas. Y recién en ese instante até cabos. Era una de esas aulas tranquilas, silenciosas, sosegadas, que no te generan problemas. No obstante, como me ocurrió en trabajos anteriores, recordé que precisamente esas aulas sosegadas eran las que te calificaban más bajo. Recordé que detrás de esos rostros tímidos, hay algunos alumnos que te odian en silencio o simplemente les caes chinche, y esperan la encuesta para expulsar su rencor o antipatía. Por otro lado, y como casi siempre me ha ocurrido, el aula más bulliciosa, esa sección donde están los palomillas que te hacen esforzar el doble o el triple, fue la que me calificó más alto. Moraleja: el docente no debe creérsela nunca, debe seguir trabajando humildemente dando lo mejor de sí. Y segunda y última moraleja, como dice el dicho: "Del agua mansa líbreme dios, que de la brava me libraré yo". Por tanto, a seguir aprendiendo.

jueves, 7 de marzo de 2024

Otra vuelta de tuerca

 

Otra vuelta de tuerca es una novela del escritor estadounidense Henry James (1843-1916) que fue publicada por entregas en 1898 y es una obra maestra del suspenso. Sin dudas, luego de leerla considero que la novela no ha envejecido y, por el contrario, se mantiene fresca e incólume al paso del tiempo.

Se dice incluso que esta novela fue una importante referencia para el guion de la película Los otros (2001) que escribió y dirigió el talentoso cineasta español Alejandro Amenábar. 

La trama gira en torno a una joven mujer quien es contratada como institutriz para cuidar a dos pequeños hermanitos; sin embargo, el misterio se hace presente desde el inicio porque el hombre que la contrata para que vaya a su casa de campo en Bly (Londres) le indica que no debe escribirle ni molestarlo bajo ningún motivo. Otro cabo suelto es que la joven institutriz especula el porqué de ese misterio y si eso está vinculado con que el niño varón (Miles) ha sido expulsado del colegio. 

Al inicio, el temor de la institutriz se despeja al conocer a los hermanitos (Miles y Flora), dos seres preciosos e inteligentes que irradian bondad. Además, su labor se ve apoyada por la buena ama de llaves, la señora Groose. No obstante, la situación se comienza a tornar sombría cuando la institutriz se entera que la anterior institutriz había huído de la casa de campo y posteriormente había fallecido. Más aún, luego la protagonista presencia la aparición de dos seres fantasmales que, por sus rostros, parecen ser la institutriz fallecida (la señorita Jessel) y un empleado antiguo (Quint), quienes antes de morir habían tenido un fuerte vínculo con los dos niños.

La novela, a partir de ahí, se vuelve en una trama del más inteligente y fino suspenso, en el cual no sabemos si estos seres fantasmales son reales o son simples alucinaciones de la institutriz, quien es la narradora. Ella busca proteger a los dos niños de esos fantasmas perversos; sin embargo, desde su punto de vista, tanto los niños Miles y Flora, pese a que muestran un aura de candidez y ternura, en el fondo ya se encuentran subyugados por el poder de esas sombras malignas. Asimismo, la intriga se acrecienta, ya que los personajes de los niños y la institutriz y sus diálogos están magistralmente delineados. A través de capítulos cortos, vamos asumiendo la postura de la narradora (la institutriz) y creyendo que esos niños, que parecen conversar con los fantasmas de la casa, son también pequeños perversos y manipuladores que se escudan en su apariencia de inocencia, para hacer enloquecer a la institutriz. Sin embargo, como bien dice el título, el autor Henry James plantea otro giro u "otra vuelta de tuerca" al final de la historia para dejar perplejo a los lectores. 

Sin duda, una obra maestra y un libro muy recomendable.

lunes, 26 de febrero de 2024

Recuerdos del colegio (2)

Este pudo ser un capítulo de la serie Los años maravillosos. Estabamos en segundo de media en un colegio católico de varones. Ese viernes, el rumor se propagó en las últimas dos horas de clase como una onda expansiva que comenzó a producir rápidamente estragos entre los alumnos. Incluso, los estudiantes más díscolos y palomillas enmudecieron de pronto y se los veía pálidos y nerviosos. El rumor que corría era que iba haber un examen médico en el cual nos iban a desnudar, delante de todos, e iban a examinar nuestros genitales. Todos estaban horrorizados, muertos de miedo. Algunos cuestionaban mortificados la utilidad de dicho examen, otros palidecían ante la idea de que les vieran el exiguo tamaño de su miembro viril y el escaso o nulo vello púbico que tenían (yo era uno de ellos) y otros, más esperanzados, se aferraban a la idea de que el examen se pospondría. Sin embargo, la hora llegó y todos, en filas, enrumbaron en dirección al departamento médico. Parecíamos condenados a muerte dirigiéndose a la guillotina. Una vez llegados, fuimos ingresando en grupos de 10 en 10, y los doctores nos iban pidiendo que nos bajáramos los pantalones y con unos guantes palpaban por unos segundos nuestros genitales que parecían haberse encogido. Cuando terminó el examen, todos parecíamos aliviados, como si nos hubiesen perdonado la vida. Nunca más nadie habló del asunto, como si todos los estudiantes hubiesen sido víctimas de amnesia severa.

martes, 13 de febrero de 2024

Metamemorias, de Alan García

 

Metamemorias es el libro autobiográfico del expresidente del Perú, en dos ocasiones, Alan García Pérez (1949-2019), quien se quitó la vida en abril del 2019 cuando iba a ser detenido, preliminarmente, por el caso Odebrecht. En este libro de 500 páginas y 12 capítulos, García cuenta su vida y quiénes fueron las personas que más influyeron en su vida (su abuela Celia, su padre Carlos y el fundador del Apra, Víctor Raúl Haya de la Torre). Además, su ingreso al Apra cuando era adolescente, su ascenso hasta ser candidato, su primer y fallido gobierno, el destierro, su segundo gobierno, y lo que ocurrió tras la llegada de Ollanta Humala al poder en el 2011. Llama poderosamente la atención la cultura vasta de Alan García en temas de historia, filosofía, economía, literatura, pintura, música, psicología, etc. Asimismo, García procede de una familia aprista, ya que tanto su abuela Celia como su padre Carlos son militantes del partido de Haya, y su padre sufre prisión y destierro largos años. Incluso, debido a esto, a los 3 o 4 años, García recién conoce a su padre y eso puede explicar por qué decide acabar con su vida suicidándose: no quería pasar por lo que padeció su progenitor. Por lo leído, García y el APRA tenían una sólida ideología basada en el honor y la lealtad, y ese es otro elemento a tomar en cuenta.

Es cierto que el libro peca a veces de una mirada benévola con los aciertos y errores del propio García en sus dos mandatos, mientras que es muy severo con sus enemigos (Vargas Llosa, por ejemplo). Pero también es cierto que el dos veces presidentes del Perú (1985-1990 y 2006-2011) hace una autocrítica de sus principales desaciertos y se defiende de los delitos de los que se le acusa: el Metro 1 de Lima, la compra de los aviones Mirage, el caso de los Petroaudios, la conferencia por el caso Odebrecht, las matanzas en los penales, etc. Y valgan verdades, García llega a persuadir al lector de que tal vez fuimos demasiado injustos con él y que el demonio que crearon sus enemigos y los medios de comunicación no era tal. Claro, no soy tan ingenuo para poner mis manos al fuego por el exlíder aprista, pero el libro guarda ciertos argumentos e ideas que te hacen pensar que mucha de la "leyenda negra" que se creó en torno a él formaba parte de la lucha por el poder y acabar con el enemigo.

En suma, hay que leer este libro para entender la política desde la perspectiva de un actor político principal y para analizar la política desde una mirada más serena, objetiva y menos distorsionada por las pasiones. 

viernes, 9 de febrero de 2024

Diario de un profesor (89)

M es un alumno al que enseñé en el primer ciclo y desaprobé. Un año después, tomando lista al inicio de ciclo, lo vi y lo reconocí pero no le dije nada. Se lo veía más maduro (físicamente) y se había matriculado en el curso nuevamente conmigo. Pensé que esta vez sí iba a poner de su parte. Pero me equivoqué. En las primeras semanas, salvo las primera que sí asistió, casi ni lo vi. A la tercera semana, recibo un correo de Estudios generales indicándome que M está llevando el curso por tercera vez y debo hacerle  un seguimiento. A la siguiente clase, tomando lista, aproveché para decirle que deseaba conversar con él al final de la clase, y me asintió con la cabeza. Sin embargo, al final no se quedó. Y así, dos veces. Debido a sus ausencias, M desaprobó la primera evaluación del curso con 04 y no entregó varios trabajos o no los realizó. 

Decidí entonces conversar con él y se comprometió a poner de su parte en la segunda  parte del curso. No obstante, pese a que lo podían expulsar de la universidad, su esfuerzo resultó intermitente y débil. Es cierto que comenzó a asistir con mayor regularidad, pero veía que se iba antes de la hora y, en ocasiones importantes, faltaba. Obtuvo 12 en los dos siguientes exámenes, y 13 en la exposición. Sin embargo, su 04 inicial y los trabajos grupales que no realizó lo llevaron a desaprobar el  curso con 10. Más aún, el día que le tocaba la exposición final y necesitaba un 17 o 18 para aprobar, no se presentó aludiendo que se había enfermado. Le di una segunda oportunidad, aunque le desconté 2 puntos, y obtuvo 13. Pero no bastó. 

Viendo el caso de M, pienso que hay alumnos que no se dejan ayudar. Traté dentro de mi alcance de motivar a M, incluso lo ayudé con las asistencias (sobrepasó el límite de inasistencias que lo hubieran hecho desaprobar antes), y le dejé dar su exposición final, mas ni aún así. 

Espero que M, como yo de joven, madure con estos reveses de la vida. Creo que siempre se puede enmendar el camino, todo es cuestión de aprender de nuestros errores y esforzarnos al máximo.  

martes, 30 de enero de 2024

Diario de un profesor (88)

En este último ciclo, a diferencia de anteriores, me sentí más seguro de mí mismo, más afiatado o cuajado como docente universitario. Antes entraba con temor al aula, con nervios, incluso recuerdo que hubo ocasiones en que tartamudeaba o se me iba la voz. Sin embargo, en el ciclo que acaba de pasar, casi no tuve ese problema. Es cierto que había ciertos temores de no hacer una buena clase, pero cuando iniciaba la explicación se me iban automáticamente los nervios y mis energías se centraban básicamente en atrapar el interés de los alumnos y tenerlos trabajando. Más aún, ni bien entraba a clase, tomaba asistencia (antes eso lo dejaba para después) e iba llamando uno a uno, calmadamente, y los observaba detenidamente para saber su estado de ánimo e ir aprendiendo sus nombres. 

Finalmente, debo indicar que lo anterior no quiere decir que el ciclo estuvo exento de problemas, sino que, en todo caso, mis nervios y ansiedad no me consumieron o preocuparon (o traicionaron) como en mis inicios. 

Eso no quita que sentir un poco de nervios siempre es bueno, porque quiere decir que algo nos importa. 

lunes, 15 de enero de 2024

Diario de un profesor (87)

Ingreso a clase y, mientras voy marcando mi asistencia en el sistema de la computadora, una alumna se me acerca. Tiene unos 18 años, es delgada y simpática. Es una estudiante educada y le cuesta el curso. De pronto, e inesperadamente, me dice: "Profesor, ¿me puede dar un abrazo?". Yo quedo perplejo un segundo, no sé cómo actuar en una circunstancia así; veo, a unos metros, en los pupitres, a sus compañeros, algunos de los cuales observan la escena. Luego, ella agrega en tono apesadumbrado: "¡Hoy he terminado con mi enamorado!". En ese momento, las dudas se me despejan y le respondo: "Por supuesto", accediendo a su pedido. Le doy un abrazo paternal. Después, la miro a los ojos y le digo, rememorando mi pasado: "Todos hemos pasado por eso [por una decepción amorosa]. La primera vez es una tragedia; la segunda también; pero después lo sobrellevas mejor. ¡Ánimo!". Y ella me mira más tranquila, me agradece mis palabras y se retira a su carpeta. Luego, prosigo con la clase, y recuerdo fugazmente, cuando a los 20 años, una compañera de mi facultad, me rompió el corazón por segunda vez, y yo estuve hecho jirones por meses.



 

jueves, 11 de enero de 2024

La conjura contra América

En estos meses de sequía, por motivos laborales y pereza, no pude comentar los libros que leí en estos meses. Solo pude leer dos libros entre agosto y diciembre del año pasado. La conjura contra América, del estadounidense Philip Roth, y La familia de Pascual Duarte, del español y premio Nobel de Literatura Camilo José Cela.

Esta novela de Roth (1933-2018) publicada en el 2004 es una obra maestra y el mejor libro que he leído del autor estadounidense de origen judío. Aquí, al igual que en sus otras novelas como Pastoral americana y La mancha humana, realiza un gran fresco de la rica y compleja sociedad norteamericana. Aquí también su protagonista es un judío-americano, en este caso, el álter ego niño del autor. La conjura contra América es una novela histórica pero que se vuelve ficción al modificar los hechos de la realidad. Aquí la historia se vuelve ficticia cuando, en plena segunda guerra mundial, Roth imagina que en vez de que Franklin Roosevelt asuma su tercer mandato como presidente de Estados Unidos en 1940, es derrotado en las elecciones por Charles Lindbergh, un héroe de la aviación americana que simpatiza con el nazismo. A partir de esa situación hipotética, Roth organiza la sólida armazón de su novela para fabular qué hubiera pasado en Estados Unidos si Lindbergh, que tenía ideas antisemitas y creía en la supremacía de ciertas razas, hubiese sido presidente en plena segunda guerra mundial. Sin duda, una notable y potente novela que confirma el gran talento de este escritor que murió sin ganar el premio Nobel de Literatura.

 


El autor que sí ganó el premio Nobel, en 1989, fue el escritor español Camilo José Cela. Precisamente, además de su novela La colmena (para los críticos, la mejor), La familia de Pascual Duarte está entre sus mejores libros. Sin embargo, luego de leer esta, que fue publicada en 1942, pienso que es un libro menor o que ha envejecido con el paso de los años. De acuerdo a la crítica, con este libro inauguró una corriente llamada "tremendismo" por la violencia de las acciones de su protagonista, Pascual Duarte, un hombre humilde y primitivo con un destino marcado por la fatalidad, que es condenado a la cárcel por asesinatos que comete llevado por su impulsividad. Además, esta novela refleja una España sumida en una gran crisis y pobreza, ya que sus personajes viven casi en la indigencia. Finalmente, y aunque al inicio se muestra una serie de cartas que muestran un juego metaliterario respecto al narrador de la obra, eso no basta para calificar a la novela de buena, pese a momentos de humor en medio del drama.





 

Diario de un profesor (86)

 El ciclo universitario que culminó hace casi un mes, me trajo varias anécdotas que contar. Debí escribirlas rápidamente en mi cuaderno o en este blog, sin embargo, el cansancio y la pereza se han confabulado en contra de mi deseo. Recién ahora escribo algunas historias que recuerdo. Las escribiré poco a poco, luchando contra el sol de verano y la molicie.

En una de mis clases, luego de dictar la parte teórica de un tema de redacción, dejo a los estudiantes que redacten un texto grupal. Recorro el aula supervisando el trabajo y absolviendo dudas. De pronto un alumno, amable, de unos 18 años, me pregunta: "Profesor, ¿le gusta enseñar?". Y acto seguido vuelve a preguntar: "¿No le gustaría hacer algo más?". Yo lo observo un segundo, me quedo en silencio y esbozo una leve sonrisa. Trato rápidamente de meditar mi respuesta y le contesto que la enseñanza es un trabajo más que resulta valioso. Le digo que la vida, a veces, nos conduce por caminos insospechados. Finalmente, agrego: "La docencia es un bonito oficio, pese a que hay días buenos y malos". El alumno me mira comprensivo y ya no me insiste.

Luego de la clase, me quedo solo en el aula y pienso: "Es verdad. Cuando estaba en la universidad, jamás pensé que terminaría dedicándome a la docencia. Jamás. Ingresé a esta de casualidad y, porque, en aquel momento, estaba desempleado. Sin embargo, ya dentro, y pese a que hubo días realmente malos, encontré en ese oficio un lugar en el sentía que aportaba a mi país y ayudaba a muchos jóvenes a alcanzar sus sueños". Es por eso que, más de 12 años después, sigo en esta noble labor.